Guayota el maligno vivía dentro del gran Echeyde y desde allí, por la boca del volcán, lanzaba lava y cenizas amenazadoras cada cierto tiempo para recordar su presencia.
Echeyde era, además, un camino abierto hasta el mismísimo infierno. Cuando Guayota salía de su guarida adoptaba la forma de un fiero perro negro e iba acompañado de los Tibicenas, sus hijos, también encarnados en perros oscuros.
Guayota osó un día raptar al mismísimo dios Magec, el dios del sol, de la luz, para los guanches, y lo llevó hasta el interior de la montaña, no permitiéndole escapar y haciéndose súbitamente de noche en todas las islas. Aprovecharon esos momentos de oscuridad los Tibicenas, para merodear por los campos y devorar al indefenso ganado.
Los atemorizados aborígenes de Tenerife acudieron a Achamán, el dios de los cielos, el dios más importante del mundo guanche. Le pidieron entre súplicas que se apiadara de ellos y que los ayudara a vencer al mal. Achamán se compadeció de sus fieles servidores y comenzó lo que sería una lucha encarnizada contra Guayota.
El resultado fue su victoria, la victoria del bien sobre el mal, y la liberación del dios Magec, el cual devolvió la luz a los que se habían convertido en tenebrosos paisajes de sombras. Además, Achamán tapó la entrada misma del volcán Echeyde para evitar así que Guayota pudiera salir de nuevo.
Y eso fue lo que consiguió durante largo tiempo, hasta que la montaña del infierno volvía de nuevo a entrar en erupción.
Cuenta que, cuando esto ocurría, cuando el volcán estallaba de nuevo de furia infernal, los guanches se apresuraban a encender hogueras que hicieran creer a Guayota que toda la isla era también infierno para que así el ser maligno cambiara de dirección en su recorrido por el mundo.
Y hoy… ¿qué haremos si de pronto Guayota quiere salir y abre de nuevo la boca del infierno?
Un saludo,
G.M. MONSECCA
FMCL
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